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Crónica urbana realizada para la materia Análisis literario y redacción (Stengele)
FADU - UBA - 2014
Siempre viví en la misma zona
de Buenos Aires.
Desde que nací me crié en el
barrio Villa Santa Rita, desconocido para muchos y tan familiar para los que lo
frecuentamos. Paternal, Villa del Parque y Devoto siempre fueron los destinos
de mis salidas con amigos y mi primer trabajo lo tuve en Chacarita, por lo que siempre
me mantuve relativamente cerca.
Hace unos años me mudé a Monte
Castro. Rodeado de lugares familiares como Devoto, Villa del Parque, Villa
Santa Rita y Floresta. Otro barrio por lo general desconocido, de casas bajas, calles
tranquilas, con muchos pasajes y pocos edificios. Me resulta raro pensar que
toda mi vida se desarrolló en un grupo muy reducido de barrios, caminando las
mismas calles, tomando siempre los mismos colectivos. Sin embargo siempre me sorprendo
con pequeños cambios que descubro. Algunos galpones se transformaron en ph
modernos de no más de dos o tres pisos, con frentes de laja o piedras y luces
dicroicas. Negocios que se renovaron y otros siguen donde siempre. Algunas casa
que hasta hace poco eran nuevas, ya dejan ver el paso del tiempo en las paredes
con humedad, grietas y las rejas blancas con pequeñas manchas rojas por el
óxido. Paredes que algún momento fueron blancas y hoy lucen distintos tonos como
consecuencia de viejos grafitys tapados.
Las veredas, un lugar de
permanente tránsito, renovación y cambio, muestran el paso del tiempo de forma
muy notoria con sus “parches” más o menos grandes. Desde una esquina a la otra
se pueden ver distintos bloques de vereda; la mayoría comienzan y terminan con
cada casa; por ejemplo los grandes baldosones sin ningún dibujo, de forma
rectangular, de unos sesenta centímetros por cuarenta centímetros, siempre
grises y fríos. Recordados como el terror de los días de lluvia y las suelas
lisas. También se pueden ver esas pequeñas y antiguas baldosas cuadradas,
amarillas o marrones, con rayas, de unos quince centímetros por quince
centímetro. Siempre rotas, flojas o de diferentes colores. Otras más actuales,
remarcan el estilo de ciertas casas “modernas”. Bloques cuadrados de cuarenta
por cuarenta, negros y brillosos como si estuvieran barnizados ayer, aunque
también los hay desgastados y arratonados.
Este paisaje a nivel del suelo,
tan heterogéneo y dispar, me trae a la memoria los recuerdo de cuando era chico
y jugaba en la calle. Cada trayecto de una, cinco o veinte cuadras era el
comienzo de una nueva partida y el tablero estaba en el piso. Las reglas eran
simples: no se podía pisar las rayas o las uniones, también debías seguir por
una misma línea de color y cualquier baldosa floja era una mina que explotaba y
te hacía perder automáticamente.
En contraste con estos mosaicos
de la vía pública, podemos cruzar algunas veredas nuevas de los últimos años,
hechas solamente con cemento desde el cordón hasta la línea de las casas. Una
superficie rayada de forma perpendicular a la calle y con bordes alisados de
unos quince centímetros; conformando un monocromo gris con juntas divisorias de
alquitrán. Idénticas en mi barrio y en el micro centro, en Colegiales y en
Mataderos, dan la sensación de algo industrial, sin identidad ni sentimiento
alguno. Nadie las reconoce como propias. Son negadas. Son ignoradas.
Me pregunto cómo harán los
chicos para jugar en estas condiciones.
Me pregunto: ¿Quedarán chicos
que jueguen en la calles?
Los adultos hace ya muchos años
que dejamos de prestar atención a lo que pasa en las veredas. Desde aquellos
tiempos en que la gente, en su mayoría de avanzada edad, sacaba el banquito a
la puerta de su casa, y mientras tomaba mate y escuchaba la radio portátil,
veía el paso de los autos y de los vecinos hasta que el sol desaparecía
completamente. Desde aquellos tiempo, la vereda a dejado de tener un papel
activo en la vida del ciudadano.
Tal vez por eso estén cambiando
las veredas, porque a nadie le interesaba tener una vereda especial, porque a
nadie le interesan. Al fin y al cabo ya no se viven, son simplemente un momento
intermedio entre una u otra situación: el paso del auto a la casa, salir a
pasear el perro o ir caminando al colectivo mientras miro el celular.
Dejadas en el olvido, destruidas
por obras sin terminar. Poco a poco todas se van convirtiendo en ese frío gris
del cemento.
Quizás sea tiempo de agachar la
cabeza y apreciar los últimos destellos de vida antes de que la jungla de
cemento sea una realidad absoluta.
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Comentarios
Ayer volvía a casa desde el trabajo y a una cuadra de casa frené de improviso porque una pelota cruzaba rodando sin mirar a los costados. Tuve un par de segundos para mirar hacia la izquierda a 4 niños que se agarraban la cabeza sufriendo, y hacia la derecha a tres señoras sentadas con banquetas en la vereda mirando a los chicos y tomando mate... Y hacía FRIO!!! En Parque Patricios siguen pasando esas cosas, solo que yo paso muy rápido y no las veo ^^
ResponderBorrarSon los reductos rebeldes que lideran la resistencia!!!!
BorrarAYUDAME PARQUE PATRICIOS.... eres mi única esperanza!